La Reconstrucción
Nacional e Institucionalización de la Revolución Mexicana en el periodo de 1920-1940,
fue un proceso lleno de dificultades y tropiezos. Posterior a la Revolución de
1910, existía un escenario denso para el gobierno federal encabezado por el
entonces presidente de México Álvaro Obregón, quien tuvo que redoblar esfuerzos
para afianzarse en el poder y de ahí tratar de impulsar la institucionalización
de los ideales revolucionarios. Este esfuerzo se centró básicamente en cuatro
rubros: (1) someter al ejército, (2) impulsar el reparto agrario, (3) poner en
marcha una política educativa de alcance nacional y (4) esforzarse en conseguir
el reconocimiento diplomático de Estados Unidos.
Para el año de 1921, la presidencia de
Álvaro Obregón consiguió que el Poder Legislativo reformara el artículo 3° de
la Constitución de 1917 con el objetivo de cumplir un antiguo anhelo
porfirista, el cual consistía en que la acción educativa federal llegara a todo
el país, con lo cual se formó la Secretaria de Educación Pública (SEP) y se
nombró como secretario a José Vasconcelos, quien era un oaxaqueño que fue
militante maderista, convencionista en Aguascalientes y rector de la
Universidad Nacional de México en 1920.
Como señalan Luis Aboites y Engracia Loyo “uno de los principales
propósitos de la SEP era combatir el analfabetismo que afectaba al 77% de la
población del país” (Aboites
& Loyo, La construcción del nuevo Estado, 1920-1945, 2011, p. 601).
Destaca que el gobierno federal
encargó a la SEP la responsabilidad de construir una identidad nacional y de
formar un hombre nuevo, sano, moral y productivo a través de la difusión de la
lengua nacional para homogenizar a los mexicanos y poner fin a las dificultades
generadas por la diversidad cultural. Al respecto Aboites y Loyo apuntan que:
En
realidad, el gobierno federal intentaba poner en marcha una empresa cultural
sin precedentes. La SEP contrato entre otros a Diego Rivera, José Clemente
Orozco y David Alfaro Siqueiros para pintar los muros de algunos edificios
públicos de la capital del país. En esos murales se insistía en diversos
episodios de las luchas populares, entre ellos la Revolución de 1910, que se
mostraba como la lucha de los más pobres y explotados por alcanzar la justicia
social; asimismo se subrayaba el compromiso del nuevo régimen político con esos
sectores mayoritarios. Los pinceles de esos pintores contribuyeron a la
elaboración de un discurso sobre la nueva nación que dejaba atrás aquella
sustentada en los caciques y privilegiados del régimen de Porfirio Díaz (Aboites & Loyo, La construcción
del nuevo Estado, 1920-1945, 2011, p. 602).
En
este contexto, se produjo un cambio en las diferentes estructuras sociales, políticas,
económicas y culturales que se manifestaron en la gestación de un nuevo pensar
y vivir en los mexicanos, el cual era la antítesis del afrancesamiento cultural
del Porfiriato. Es decir, se pasó de una sociedad porfirista permeada por la
cultura francesa a una sociedad nacionalista donde se construyó la identidad
mexicana a partir de un proceso de mexicanización, donde los estereotipos del
charro, la china poblana y las canciones bravías son ejemplos de esta identidad
nacional. Dicho en otros términos:
Al
finalizar el movimiento armado, la educación, las letras y las artes se fueron
guiando al nacionalismo y se dan paralelamente corrientes que tienen como
objetivo los valores y la cultura de pertenencia al país, conforme el país
avanzó y comenzó la transformación de la economía agraria industrial, la vida
social también cambió, y se fue percibiendo un cambio de lo rural a lo urbano
planteándose así una especie de cosmopolitismo en los ámbitos artísticos y
culturales, a partir de los años cuarenta (De la O, Hernández, Fuentes, & Rodriguez, 2016).
Así,
la presente temática Nacionalismo Revolucionario y su Impacto Sociocultural,
nos invita a encontrarnos con las
representaciones del nacionalismo revolucionario en manifestaciones artísticas
de este periodo histórico. De tal suerte, es importante destacar que los
gobiernos posrevolucionarios defendieron e impulsaron los logros de la
Revolución de 1910, tales como la justicia social, la participación del pueblo
en el ámbito político, el reparto de tierras, la defensa de la soberanía
nacional y mejora de condiciones laborales.
Como parte de esta tarea,
estos gobiernos posrevolucionarios impulsaron la elaboración de
representaciones plásticas relacionadas con la lucha revolucionaria, sus
conquistas y personajes destacados. Al mismo tiempo surgió una inquietud en
algunos artistas e intelectuales por definir la identidad nacional que se había
gestado siglos atrás. A partir de 1920, este sentimiento nacionalista adquirió
nuevas características, principalmente temáticas y expresivas. Por ello estos
gobiernos apoyaron a muchos de estos artistas, en particular a los muralistas.
No obstante, el nacionalismo revolucionario también se manifestó a través de
otras expresiones artísticas como la música, la poesía y la literatura.
Ahora bien, se elige al muralismo mexicano para
explicar al nacionalismo revolucionario como un
movimiento artístico e intelectual, que transformó profundamente la cultura
mexicana, al contribuir a consolidar la identidad nacional y a la definición de
lo mexicano. Por ello, se propone que veas los vídeos "La Historia no contada de México 1 Los Muralistas", "Los Muralistas Mexicanos" y "Discutamos Mexico, XI La transición democrática 71.- El arte y la Revolución, el muralismo", para que hagas un acercamiento a las características
del nacionalismo revolucionario a través de estos materiales que te permitirán conocer, analizar y explicar algunas obras
distintivas de esta corriente pictórica.
Fuentes consultadas:
Aboites, L., & Loyo, E. (2011). La construcción del nuevo Estado,
1920-1945. En E. Velásquez García, Nueva Historia General de México
(págs. 595-651). México: El Colegio de México.
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